Aunque parezca mentira, aún no dejo de sorprenderme por la simpleza de la que hacen gala muchas personas y de su aparente carencia de materia gris en sus respectivos cerebros. Y con esto que estoy diciendo, no quisiera faltar el respeto a esas personas que al leerlo se sientan identificadas, pero si eso les ocurre pues por algo será...
Ayer hacía muy buena noche como para encerrarnos en casa y, tras un tarde densa y seria, nos fuimos a comer un bocata regado con una buena cocacola bien fresquita a la terraza de un bareto de la Rambla, o sea, pleno centro de la ciudad. Y como veíamos a todo el mundo pasar con unos helados y cucuruchos exquisitos de un sitio que está un poco más arriba, decidimos ir hasta allí para deleitarnos con semejantes delicias.
Tras disfrutar de esas copas pecaminosas nos dirigimos hacia casa por una de las calles más señoriales y hermosas y, apenas sin darnos cuenta, nuestras manos se encontraron y así fuimos caminando.
La calle estaba vacía pero, a lo lejos y a nuestro frente, se distinguían tres siluetas que se dirigían hacía nosotros, cosa que en pocos minutos nos cruzaríamos. Cada vez estábamos más cerca y, al rato ya podíamos distinguir sus rostros.
Y es cuando noté que nos miraban de forma fija y casi molesta, de una forma obsesa y con cara de circunstacias, con unos ojos desorbitados y rídiculos: el ir cogidos de la mano parecía que fuera una ofensa para ellos.
Me hizo sonreír y caminar con la cabeza más alta aún si cabe y así nos encontramos. El chico y las dos chicas pasaron de tal manera que quedamos en el centro y, por un segundo, ese grupo de ojos se salían de unas órbitas que quedaban pequeñas.
No puede evitar girar la cabeza mientras mis labios dibujaban una enorme y gran sonrisa para mirar a los ojos, de forma directa y concisa, a esas personas que corrían el riesgo de tener un peligroso accidente estrellándose contra una farola (y quedar de por vida parapléjicos) por tener sus cuellos retorcidos por completo para seguir observando con todo detalle a dos hombres cogidos de la mano..., ¡pecado!, ¡pecado mortal!, ¡aberración brutal!
Supimos de inmediato a qué fé pertenecían, y es más, a qué sección de esa fé eran ya que sus peinados y sus ropas, flamantes y de marca, les delataba a gritos descompuestos. Lo triste es que para ser tan jóvenes ya tenían (presuntamente) la cabeza llena de ideas retrógradas, pensamientos arcaicos y prejuicios bien asentados.
Ni me preocupa, ni me sorprende, ni me quita el sueño, pero es una gran pena que cada vez haya más personas jóvenes con ideas tan negativas y con un nivel tan alto de tolerancia cero.
No he podido evitar el dejarlo plasmado aquí...
¡Cómo molesta lo que no se quiere entender...!
9 comentarios:
Hijo, ya sabes, una parte importante de España sigue siendo muy de pueblo. Lástima.
Jajajjaajajajajajjaaaaa!Muy de pueblo y de familia bien!!
petó.
Cualquier juicio es una aberración, es asumir una posición de superioridad respecto al otro, sea lo que sea que se juzgue.
Un beso
Hola añil...!!Tienes razón, la verdad, y lo que has dicho hace reflexionar muchio.
¡Un beso!
Había hecho una puntualización, pero ya no me parece oportuna.
Un beso, cielo.
¿Por qué...?
Bueno, si no te parece oportuna ¡pues no e soportuna!
Un besote!
Cuanta ignorancia!!juzgar a las personas por lo que ven, sin ver primero lo que tienen reflejado en su propio espejo.
Toda la razón tienes, Kampanilla, toda la razón...
Petons!!
Publicar un comentario