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martes, 2 de febrero de 2010

Alejandro

"Se sentía mareado, como perdido, ahogado, apartado... ese no era su lugar, pero allí se supone que debía estar. Botellas de caro champán se descorchaban, el caviar bailaba en las bandejas de canapés, música alta impregnando su ritmo en esa apretujada marea de cuerpos, empujones, besos, caricias escondidas, coca nevando en los lavabos, sexo furtivo corneando... se sentía muy mareado. Salió a la terraza y notó ese frío por poco maldito, un frío de los montes noruegos, de vientos lapones, de islandeses helores, de fugaces tiritones... pero le daba igual, le gustaba sentirlo en la piel, notar como le traspasaba la exquisita camisa. Él no debería estar allí, debería estar brindando en casa, abrazando, siendo abrazando, celebrando otra Navidad, una Navidad ganada, conseguida y luchada. Una Navidad propia y lanzada, particular y privada, pero... pero no quería quedarse solo en casa y decidió aceptar la invitación de unos amigos, la invitación a una gran fiesta en aquel ático enorme y lujoso, una fiesta a la que casi no conocía a nadie y la cual le estaba apretando con mala leche el gaznate.
Alejandro se sentía cansado, fuera de lugar y, mientras observaba a un par de parejas meterse mano, su pensamiento se fue alejando dejando parpadear las luces de la ciudad, colores intensos, artificiales pero verdaderos.
Notó cómo alguien le abrazaba con fuerza por la espalda, cómo unos tentáculos le sobaban y le agarraban el paquete, mal buscando, malintrerpretando. Alejandro se giró con rudeza, aplastando su rabia contra una exótica e impresionante rubia bastante borracha que se le abría de piernas y que le pareció una completa mamarracha, puesta por completo de blanca y con la mirada desbocada. Le entristeció ver lo denigrante que era dejarse caer y, de un suve pero rígido empujón, la apartó a un lado dirigiendo sus pasos hacia el océano de gentes que se movía constante bajo un ritmo salvaje. Dando codazos, pisando y avanzando con decisión llegó hasta el armario para coger su abrigo, el cual le costó reconocer pues parecía el saldo de plenas rebajas de El Corte Inglés.
Una vez en la calle, Alejandro se notó algo iberado, se dejó mecer por el compás suave de una ciudad pausada y adormecida en plena resaca navideña, mirando al suelo, apagando sus oídos, callando palabras martilleantes.
Llegó hasta su edificio, buscó las llaves en ese gran bolsillo parecido a una cueva del Himalaya, llena de objetos extraños, misteriosos y perdidos... un botón... un mechero... una tarjeta de aquel restaurante al que fueron para celebrar algo especial... un condón... un caramelo... y las llaves. Abrió apoyándose en la puerta de cristal, le pareció más pesada que nunca. Apretó el botón del ascensor y... y se vió reflejado en las puertas metálicas, se vió mirado por una luna de suave sonrisa, se sintió admirado y un pequeño escalofrío le llenó de arriba a abajo, le apretó el corazón, le envolvió el alma en una ventisca finesa, una tormenta danesa, como una noche de invierno sueca...
Alejandro entró en casa sabiendo que se encontraba diferente, animado, ya no aletargado, ni triste, ni enfadado... Alejandro se sintió despojado de pesos, de malos pensamientos, de agobios y tormentos. Tiró el abrigo al suelo de la entrada, se quitó los zapatos, los calcetines... ¡qué placer sentir los pies desclazos en el parquet!La camisa cayó, los pantalones se perdieron, y quedó en boxers, boxers de un tono lila nacarado, con el torso desnudo, dejando libre una música dulce y atenuante, dejando que sus manos trabajaran ligeras en la cocina... aceitunas... mayonesa... algo de jamón serrano... huevos duros... anacardos... yogur griego.. queso feta... esas fresas frescas que compró hace un par de días en el mercado... pan tostado con tomate y un poco de ajo... patés varios... y el cava bien fresquito que estaba en la nevera...
Alejandro dejó la mesita del salón como si fuera un regalo, colocada frente al ventanal, cortinas abiertas, luces apagadas y muchas, muchas velas iluminando unos sueños escondidos, sus deseos secretos. La comida de forma delicada colocada, las copas de Bohemia juntas y preparadas para... cojines alrededor como pequeños duendes emocionados...
Alejandro fue al lavabo, se perfumó apenas nada y se miró su mirada, una mirada ahora tranquila, profunda como una garganta de rojos ocres y ocres marrones, una garganta da caída alocada con un alegre río cortando el terreno...
Esperó. Alejandro esperó y cuando escuchó el rumor de unas llaves sonrió. Cuando él estuvo delante, Alejandro se levantó y con sigilo se colgó de sus labios cayendo ambos al suelo... amando unas Navidades soñadas al fin logradas...
... Alejandro y su amado se encontraron...

Tras ese intenso encuentro nos sentamos en la mesa para disfrutar de una sublime cena regada con un dorado cava catalán afrutado, rodeados de una banda sonora hábilmente escogida.
Apenas hablábamos, nuestro juego era un devenir de miradas, de miradas tiernas, de miradas frenéticas, de miradas duras y apasionadas, metálicas y aguantadas...
Pequeños roces en las caras y en las manos nos iban adentrando en un mundo extraño, conocido por nosotros, pero en esos momentos, bastante olvidado...
Un mundo sensual y acalorado, un mundo de deseo no explicado, de secretos inconfesables, de fiereza animal inagotable...
En susurros le contaba a Aleix la necesidad que tenía de él, de compartir juntos estas Navidades, de tenernos el uno al otro sin agobios, ni atacantes, ni manipulantes, ni obligaciones, ni nada de nada... tan sólo nosotros...
Él me escuchaba atento y su sonrisa llegaba a iluminar la estancia que, junto a las velas, similaba a un mediodía de verano en una hermosa playa.
Tras descorchar la segunda botella, brindamos. Brindamos por nosotros, por habernos encontrado, por poder compartir estos años, por haber ganado una dura batalla a la estricta sociedad, por haber sido los malos al decidir que juntos todo lo queríamos compartir.
La música nos atrapaba, nos seducía y nos invitó a bailar un baile muy quieto y pegado con los ojos cerrados, un baile acompasado en el que nuestros cuerpos eran uno sólo danzando...

... un baile silencioso de bosques húmedos y frondosos, de dunas altas y áureas, de músicas desmembradas, de dulces pasitos sinceros... un baile para nada pomposo, ni pretencioso, un baile ni siquiera bien bailado, un baile de unión, de reafirmación, de calor ganado, de amor amado...
La música nos envolvía y parecía que nuestras mentes se empeñaban en crear una sóla mirada, un sólo pensamiento, juntando todos nuestros recuerdos...

-Aleix, Aleix, Aleix...

... musitaba yo mojándome los labios con su nombre como si de agua fresca de una fuente de alta montaña se tratara, mientras le besaba con delicadeza las mejillas, el cuello... sus sueños...
Parecía que el silencio se imponía en una noche tan especial, una noche para nada buscada, surgida de la nada, una noche reservada para la luna bella, para las estrellas risueñas, para el frío navideño que nos espiaba desde fuera, para nuestras sensaciones ya no amordazadas, ni atadas, ni vigiladas, ni contenidas, ni agazapadas...
... una noche de amor único y real, de un amor incontenible por unos momentos más...

... y el alba nos atrapó en la mañana...

Y recuerdo... quedé dormido en sus brazos, suavemente acunado... volví a creer en el espíritu de la Navidad..."